domingo, 30 de mayo de 2010

FALSOS BRILLOS


Mi amigo estaba desolado. Su novia, a quien amaba profundamente, acababa de abandonarlo, no estaba segura de querer comprometerse con él. Hacía días que venían discutiendo, peleas sin sentido, malhumor por parte de ella, reclamos infundados, todo para encubrir la realidad: no lo quería.Pese a ello, Diego se empecinaba en buscarla, la llenaba de obsequios y promesas que caían en el vacío de su desamor.Esa tarde, él hizo el último intento: corrió hacia una cabina telefónica y marcó el número repetido tantas veces en su mente. Su nombre lo llevaba grabado en la garganta y amenazaba en cada suspiro escapar de sus labios: Laura. Al escuchar su voz al otro lado de la línea Diego se estremeció: la misma cadencia, el tono sensual con un dejo de melodía, ese siseo que sólo ella podía esbozar. Tembló antes de hablar, un sudor helado corrió por su espalda, era su última jugada. “Laura”, musitó. Ella, fría e indiferente, ya situada en el otro lado del muro, respondió con hartazgo.Los grandes ojos de Diego comenzaron a nublarse, desvió la vista de la blanca pared y descubrió una medallita de oro que, brillante como un sol en ese triste atardecer, lo llamaba, impasible, desde el suelo.A medida que las palabras de Laura lo apuñalaban sin piedad, el corazón de Diego se anestesiaba. Cuando la ingrata culminó su retahíla de reproches y colgó abruptamente, Diego quedó inerme durante unos cuantos minutos. Lentamente, se estiró hacia la joya que lo aguardaba en el suelo. Ni bien posó sus dedos sobre ella, advirtió el engaño: así como Laura no era como él la había idealizado, la medalla no era otra cosa que un trocito de papel dorado.

Basada en una historia real de mi amigo Diego O.

lunes, 24 de mayo de 2010

EXTRAÑA PAREJA

SILVINA OCAMPO Y ADOLFO BIOY CASARES

Siempre tiene frío. Esta noche, para sen-tarse a la mes­a se volverá a envolver en su tapado de piel de tigre. Ha mandado encender la calefacción, pero no demasiado. Para qué andar gastando; cuanto menos tenga que abrir las bolsas de plástico llenas de plata guardadas en el ropero, mejor será.
Desde la muerte de Marta, su mujer, el padre de Adolfito vive con ellos. Cada día, al regresar de su bufete de abogado, se cambia de arriba abajo para pasar al comedor, se sienta ceremoniosamente en el lugar indicado y come mirando el plato, esquivándole a ella la mirada y sin sumarse a las risas de Adolfito y de Borges: Georgie. Por suerte para ella vendrán los Pepes; Pepe Bianco, el escritor, y Pepe Fernández, el muchachito risueño que toca el piano, el amigo de Wilcock. A los Pepes y a Johnny (para ellos Wilcock siempre será Johnny) los hace venir para alivianar el aire, para no estar aislada; su suegro por su lado, Adolfito con Georgie por el suyo, y ella, sola.
Nada ha cambiado desde que era la hermana feúcha, la menorcita aplastada bajo el peso de las otras: Victoria, la brillante; Rosa, Pancha y Angélica, con su fama de ser la más inteligente de las cinco (la sexta ha muerto hace tiempo). Salvo Victoria, que reina majestuosa en San Isidro, sus hermanas siguen viviendo cerca, cada una en su piso, y ella arrinconada en el suyo. La calle Posadas prolonga la casa natal de la calle Viamonte. A falta de lugar en la banda poderosa de sus hermanas, Silvina siempre ha andado escabulléndose por los rincones, espiando, curioseando a los pobres, a los raros.
Ahora podría compartir las rarezas de Georgie y Adolfito, pero algo en ella se resiste a divertirse igual. Sus rarezas no son las mismas. Anoche se han reído juntos los dos durante toda la comida, imaginando colores cambiados. "¿Y si el cielo fuera verde?", decía Georgie. Ja, ja. "¿Y si el pasto fuera violeta?", decía Adolfito. Ja, ja, ja. En ese momento, hasta la seriedad inabordable del suegro le ha resultado más afín que esos chistes de nenes genios.
El suegro a ella no la quiere. Primero no la quiso por su amistad con Marta, demasiado íntima para su gusto. Pero el colmo para él fue asistir impotente al casamiento de su hijo, bellísimo, talentosísimo, riquísimo, con la feaza de los Ocampo, que tenía tanta plata como él, pero que le llevaba sus buenos años (las respectivas fechas de nacimiento, 1903, 1914, aún le suenan a insulto). Silvina no podrá hacerlo abuelo. La concentrada y oscura bronca ni siquiera se le calmará cuando Adolfito y Silvina viajen a Pau, Francia, para buscar a Marta, la hija.
Se estremece sin pausa, tal vez de miedo. Esa tarde ha visto a Alejandra, la poeta. Alejandra Pizarnik. Con Alejandra se ríe, pero comparte sobre todo el temblor. Ella también es una criatura feíta y abandonada. Por eso la ama: otra nena genial, pero habitante de una región profunda que no acepta risitas de niños bien. No es que Alejandra sea compungida ni solemne, es que sus enigmas no son un juego. Los de ella tampoco. Enigmas espeluznantes de verdad, porque rozan la muerte: ¿qué son los cuentos de Silvina sino pequeños sepulcros adornados con plumas y piedritas, ritualesÛ de niña mala que ha matado un insecto y le rinde honores?
La primera vez que lo vio, en 1933, en casa de Marta, Adolfito llevaba una raqueta de tenis. Su belleza le resultó una puñalada. A ella le bastó verlo para sentirse desesperada de celos. Pero algo había en él peor que su hermosura: sus ojos hundidos bajo unas cejas despeinadas por un viento invisible revelaban su desamparo. Silvina en eso no era diferente de cualquier otra mujer: podía resistirse a la salud, a la fuerza; al desamparo no. Por lo demás, en ese rostro tan fino se anunciaba un rasgo futuro, al que tampoco se resiste ninguna mujer: con el tiempo, a ambos lados de la boca, los músculos se le dibujarán con nitidez, labrándole dos surcos que no aludirán a vejez, sino a virilidad. Poco tiempo después, el muchacho estatuario publicaba La invención de Morel.
Le propuso casamiento siete años más tarde. Ella se preguntó por qué razón la elegía, elegante, graciosa, creativa y Ocampo, pero madura, nada linda y de una sexualidad incierta. Sospechó que la elegía por razones literarias y, más oscuramente, para acercarse a su madre por caminos oblicuos. Después ya no se preguntó más nada: Adolfito y Silvina se convirtieron en ese monstruo de dos cabezas llamado pareja. Aunque cada uno de los dos existió por separado –él con su guirnalda de amores, ella también enguirnaldada pero menos, apartada y secreta, jugando a las escondidas, como siempre–, los dos existieron en conjunto. En la pareja de Silvina y Adolfito cabían muchos. No por eso dejaban de ser la criatura bifronte denominada los Bioy.
Silvina sabe todo, acepta todo y se calla, pero tiembla sin pausa. Tiene terror de las noches en las que él tarda en llegar. Para espiarlo, pone una silla delante de la puerta. El correrá la silla al abrir, y ella al oír el ruido se volverá a la cama a hacerse la dormida. Sentirse ridícula no disminuye la quemazón de la rabia.
Quizá Georgie tenga razón cuando dice: "Yo sospecho que para Silvina Ocampo, Silvina Ocampo es una de las tantas personas con las que tiene que alternar durante su residencia en la Tierra". Nadie podrá afirmar nunca cómo es Silvina; a lo sumo podrán preguntar: ¿cuál de ellas? Algunas Silvinas, por desgracia, se reconocen entre sí: la que al ver a Adolfo Bioy Casares con su raqueta de tenis sintióque su belleza la apuñalaba es la misma que por las noches espera su regreso, temiendo que alguien esta vez consiga retenerlo y ella lo pierda.
Su cuarto está caldeado, pero se estremece como nunca. Puede entenderlo todo, hasta que Adolfito la traicione con su propia sobrina. Pero no hay adivino que no tiemble, y Silvina adivina lo que vendrá. Como si ya intuyera el peligro que representará para ella el amor de Adolfito por Elena Garro. La mujer de Octavio Paz, excelente autora de cuentos fantásticos, escribirá una novela titulada Recuerdos del porvenir. Silvina siempre ha tenido recuerdos del porvenir. Ahora cree recordar un futuro en el que Adolfito se habrá ido con la escritora mexicana, y entonces mete la cabeza entre sus pieles de fiera frágil.
Si por lo menos Adolfito y ella hubieran continuado escribiendo de a dos. Si ella le hubiera demostrado que su guirnalda podía ser de mujeres, pero jamás de escritoras. Si ambos se hubieran convertido en otro monstruo de dos cabezas, pero esta vez literario: un Bustos Domecq formado por ambos Bioy. Al principio lo ha intentado: en 1946, Silvina ha escrito con Adolfito una novela policial de título elocuente, Los que aman odian. Ha sido una parodia, porque está escrita en broma, y porque Silvina se ha esforzado en adaptarse a los misterios de Bioy, que se resuelven gracias a una trama rigurosamente controlada, mientras que los de Silvina quedan flotando. Imposible competir con Georgie en ese terreno; la complicidad literaria ya no ha sido con ella, sino con él. ¿Pero entonces a ella qué terreno le queda, salvo escribir lo suyo en soledad?
Esa noche de 1954, Silvina entra en el comedor envuelta en sus tigres, como una actriz adulada que en el fondo se muere de timidez. El suegro, Georgie, los Pepes y Adolfito la esperan desde hace rato. Se levantan, corteses. El cocinero de toca y el maître d’hôtel de guante blanco que presenta la bandeja se han esmerado: el soufflé está en su punto, la comida transcurre como siempre, ritual inamovible en el que Georgie y Adolfito comparten ese sentido del humor que a ella la cansa. Como siempre también, después del último bocado el suegro se despide y Adolfito se retira con Georgie al salón del café. Los Pepes la rodean inquietos. Son los únicos que se han dado cuenta de su inusual palidez. Silvina cae desvanecida. Hay corridas y gritos; Adolfito se asoma con la cara desencajada. Se la llevan alzada, llaman a un médico que diagnostica meningitis. Abrazado a sus amigos, Adolfito llora como un chico repitiendo: "Pero yo qué voy a hacer si Silvina se va, qué voy a hacer sin Silvina". Ella no puede oírlo. Si lo oyera entendería que su marido nunca se irá, porque sencillamente la adora.
Poco tiempo después viajaron a Pau para buscar a la nena, Marta, nacida tres meses antes. Un viaje del que Silvina regresaría convertida en madre legal. Cosa inesperada, la hija de Adolfito con esa presunta costurera que cumplió con su pacto de hacer mutis por el foro, a Silvina se le metió en el alma. (Cuando con el tiempo lleguen los nietos, Florencio, Lucila y Victoria, se mostrará igual de cariñosa). Nadie la había creído capaz de sentimientos maternales, ni siquiera ella misma, y sin embargo sí, los tuvo. Al principio lo hizo por Adolfito: él deseaba hijos y le rogó que hiciera de madre de este bebé. Después lo hizo porque Martita le cayó bien. Descubrió el placer de celebrarle los cumpleaños, de llevarla al Zoológico. Y se rió durante años del día en que enfrentó a la beba por primera vez. Estaba colorada hasta las orejas y, de puro nerviosa, dijo la primera zoncera que se le ocurrió: "Qué naricita más chica tiene, ¿no será homosexual?" "No –le contestó Adolfito, muy serio, como si la pregunta le pareciera de lo más atinada–; es que es ñatita".
Extraña Silvina. Extraña relación de pareja que no se pareció a ninguna, pero que lejos de ser una tranquila amistad fue un agitado amor.
Silvina Ocampo murió en 1994. Veinte días después de su muerte, su hija Marta murió atropellada por un automóvil. Bioy Casares las sobrevivió cinco años. Finalmente, había sido Silvina la que lo había abandonado a él. Cuando se hizo evidente que ella se tropezaba con las cosas, con las ideas, él contrató a unas cuidadoras encargadas de vigilarla. De creerle a su mucama Jovita, testigo de una de las Silvinas que compusieron a Silvina, la anciana señora no se lo perdonó. Nunca más volvió a hablarle. Arrodillado ante ella, el viejo señor le suplicaba llorando como un chico, igual que en 1954: "Silvinita, por favor, contestame, dame un beso, Silvinita, no me dejes aquí". Ella le daba vuelta la cara, por una vez de viaje sin él.

Por Alicia Dujovne Ortiz
Periodista y escritora

domingo, 23 de mayo de 2010

YA NO


Ya no quiero un amor para toda la vida, sólo ansío un compañero de a momentos. Y es en esa suma de momentos donde hallaré la compañía.
No pretendo grandes cosas, sólo pequeños gestos que engrandezcan los instantes.
Esa mano que acaricia sin motivo, esa boca que besa sin esperas, ese cuerpo que abraza y no cuestiona.
Ya no quiero un amor de compromiso que no pueda descifrarme la mirada, quiero un amor que con solo verme a los ojos sepa si mi alma está en paz.
Ya no quiero el reloj sobre mi espalda, marcándome el paso de las horas, quiero la ansiedad del llamado de las ganas, el calor del encuentro sin reproches.
Ya no quiero estar sola acompañada, prefiero compartir la soledad conmigo misma a morir de angustia en su presencia.

TAL VEZ


Encontré una gota en el desierto, que mitigó mi sed. Tal vez sea un espejismo, sin embargo, se siente tan real, tan fresca. Esa gota va multiplicándose, va inundándome, calmando mi sequía, fertilizándome, despertando fibras dormidas en mí desde hace siglos. Tal vez en el desierto pueda germinar la semilla de ilusión que nació en esa gota, tal vez broten hojas y pueda crecer un árbol fuerte como un roble, donde poder apoyar mis huesos cansados, cobijarme entre su follaje cuando tenga frío en el alma y tristeza en los ojos. Tal vez nada ocurra y la gota se evapore bajo el sol candente o se hunda en las arenas movedizas, mientras tanto, quiero sentir su frescura en mi boca.

domingo, 16 de mayo de 2010

EDUARDO Y ALEXIA EN LA PRESENTACION


FOTOS DE LA PRESENTACION DE EDUARDO BALESTENA

EDUARDO BALESTENA JUNTO A MARTA VILLARINO Y FABIAN IRIARTE

PRESENTACION DE "AMORES DE LEJOS"


El pasado viernes 14 de mayo tuvo lugar en el salón cultural de la Sede de Osde Mar del Plata, la presentación de la novela de mi amigo Eduardo Balestena.

Contó con la presencia de Marta Villarino, especialista en estudios teatrales de la Universidad local y del doctor Fabián Iriarte, poeta, traductor, ensayista, investigador y docente.

El guitarrista Adrián Cesáreo nos deleitó con "El sombrero de tres picos", entre otros temas.

"Amores lejanos" cuenta la historia de Ainoha, una mujer segregada de su lugar de trabajo, que viaja en busca de su amor virtual. Se trata de un relato itinerario, que se despliega en su viaje al encuentro con su amante. Es una novela romántica, sensible, que deja ver también el rasgo descarnado y corrupto de la justicia local.

Eduardo Balestena es escritor, ensayista y trabajador social. Publicó también "Ocurre al otro lado de la noche", "Ana, el interior del fuego", "La fábrica penal", entre otras obras.

"Amores de lejos" de Editorial Corregidor, no dejen de leerla.


sábado, 8 de mayo de 2010


Junto a tres escritoras de excelente pluma: Florencia Bonelli, Gloria Casañas y Mercedes Giuffré.

FOTOS DE LA FERIA DEL LIBRO


1ro. de Mayo 2010. Es un placer para mi compartir estas hermosas fotos con todos ustedes. ¡Que las disfruten!

GLORIA CASAÑAS EN LA FERIA DEL LIBRO




EL SABADO 1ro. DE MAYO TUVE EL PLACER DE CONCURRIR A LA PRESENTACION DE LA SEGUNDA OBRA DE MI QUERIDA AMIGA GLORIA CASAÑAS, "LA MAESTRA DE LA LAGUNA".


EN UN AMBIENTE DONDE EL CARIÑO FLOTABA EN EL AIRE Y LA RISA Y EL AFECTO ESTABAN A FLOR DE PIEL, GLORIA Y FLORENCIA BONELLI PRESENTARON LA NOVELA.


MAS QUE UNA PRESENTACION FUE UNA CHARLA ENTRE AMIGAS, AMIGAS QUE ESTABAN EN EL ESCENARIO Y AMIGAS QUE ESTABAMOS DEL OTRO LADO.


GLORIA NOS CONTO DEL POR QUÉ DE LOS PERSONAJES, NOS ADENTRO UN POQUITO EN LA NOVELA Y NOS ILUSTRO CON SU DIDACTICA DOCENTE SOBRE SARMIENTO.


LOS MINUTOS VOLARON Y TODAS NOS QUEDAMOS CON GANAS DE MAS.


LUEGO SE REALIZO LA FIRMA DE EJEMPLARES EN EL STAND DE LA EDITORIAL, PARA MAS TARDE COMPARTIR UN CAFE ENTRE AMIGAS.